Sexo y temperamento en tres sociedades primitivas, de Margaret Mead

[Imagen: Cresny via photopin cc]
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A lo largo de este estudio hemos analizado detalladamente la personalidad que se asigna a cada sexo en tres pueblos primitivos. Hemos descubierto que los arapesh, sean hombres o mujeres, desarrollan una personalidad que nosotros, desde nuestro punto de vista históricamente limitado, llamaríamos “maternal” en lo relativo al cuidado de los niños y “femenina” en los aspectos sexuales. Allí los individuos son educados para que sean pacíficos, cooperativos y atentos con las necesidades de los otros, independientemente de su sexo; ademas, ni los hombres ni las mujeres arapesh consideran la sexualidad como una fuerza demasiado motivadora. En marcado contraste con estas actitudes, los mundugumor de ambos sexos son mucho más agresivos, afirman su sexualidad con más fuerza y en su personalidad encontramos poca ternura maternal; son lo que en nuestra cultura consideraríamos personas violentas e ingobernables. Sin embargo, ni los arapesh ni los mundugumor han desarrollado un contraste de personalidad entre uno y otro sexo. El ideal de varón arapesh es el de un hombre pacífico y comprensivo que está casado con una mujer como él; el de los mundugurnor el de un hombre violento y agresivo, con una mujer de carácter similar. Pero en la tercera tribu que hemos estudiado, la de los tchambuli, encontramos unas actitudes en relación al sexo que son precisamente el reverso de las que predominan en nuestra cultura: allí la mujer es la que domina, ordena y es fría emocionalmente, mientras que el hombre se muestra sometido y dependiente. Con estos datos, la conclusión es evidente: si esas actitudes que consideramos aquí típicamente femeninas (la pasividad sexual, la sensibilidad y la disposición para cuidar cariñosamente a los niños) son asignadas al sexo masculino en una tribu y tanto a los hombres como a las mujeres en otra, no existe ninguna base para relacionar tales actitudes con el sexo. (…)

Los datos que hemos reunido nos indican que la mayoría de los rasgos de personalidad que en occidente consideramos masculinos o femeninos, están unidos al sexo biológico de modo tal laxo como lo pueden estar la vestimenta, los modales o el peinado asignado a cada sexo, según la sociedad y la época. (…) No tiene sentido acudir a otros factores (la dieta, la raza o la selección natural) para explicar estas diferencias, de modo que nos vemos obligados a concluir que la naturaleza humana es increíblemente moldeable y se conforma de modos muy diferentes dependiendo de las condiciones culturales vigentes.(…)

Pero si estamos de acuerdo en esta maleabilidad de la naturaleza humana, ¿cual es el origen de las diferencias de personalidad que dictan las diversas culturas, o bien para todos sus miembros, o bien para los de un sexo en contraste con los del otro sexo? Si es cierto que tales contrastes son de origen cultural, como indican nuestros datos, de forma que cualquier bebé puede convertirse potencialmente en un pacífico arapesh o en el agresivo mundugumor ¿por qué existen estas diferencias tan sorprendentes? Si no podemos atribuir a la constitución biológica de uno u otro sexo el hecho de que entre los tchambuli (y entre nosotros, los occidentales) se asignen diferentes rasgos de personalidad a los hombres y a las mujeres ¿dónde se originan estos modelos con los cuales los arapesh, los mundugumor y los tchambuli forjan el temperamento de sus miembros?(…)

Aceptemos que existen ciertas diferencias de temperamento entre los humanos que son hereditarias, o que tienen una base hereditaria y se establecen poco después del nacimiento. La cultura trabaja sobre estas cualidades innatas, propiciando ciertos rasgos considerados como deseables e incorporándolos al tejido social a través de sus manifestaciones: la crianza, los juegos infantiles, las canciones, la organización política, las ceremonias religiosas, las creaciones artísticas, la filosofía, etc. (…)

¿Que conclusiones sacamos al comprobar que una cultura puede elegir unos pocos rasgos, de entre la amplia gama de cualidades humanas, con objeto de implantarlos como deseables para cada uno de los sexos o para la comunidad entera? Antes de ofrecer una respuesta, es necesario que discutamos la posición del inadaptado, esto es, de la persona cuyas disposiciones innatas son tan ajenas a los rasgos considerados por la sociedad en la que se desarrolla como deseables para su edad, su sexo o su posición social, que ha sido incapaz de amoldarse a ellos.

Entiendo por “inadaptado” todo individuo que por su disposición innata, por la educación que ha recibido o por los efectos que ejercen sobre él las contradicciones de su cultura, ha sido despojado de sus privilegios de índole socio-cultural: el individuo que considera las bases de su sociedad irreales, absurdas o equivocadas. Las personas comunes y corrientes se sienten pertenecientes al mundo que los rodea, ya que el proceso educativo los ha transformado en adultos que se sienten espiritualmente ligados a su sociedad. Sin embargo, esto no ocurre con los individuos cuyas inclinaciones temperamentales no son aprovechables por su sociedad y que, en ocasiones, ni siquiera son tolerados por ella. Si echamos un vistazo a nuestra historia, en seguida nos damos cuenta de que hay cualidades que fueron muy valoradas en un siglo, y sin embargo rechazadas en el siguiente: hombres que hubieran sido considerados como santos en la Edad Media se hubieran sentido sin vocación en la cultura anglosajona actual. (…) Cuando una cultura tiene un alto grado de integración, se orienta hacia unos fines muy específicos y es inflexible en sus principios morales y espirituales, condena a algunos de los que han nacido en su seno a vivir enajenados de ella, llenos de perplejidad, a convertirse en rebeldes o, en el peor de los casos, a caer en la locura.

En nuestro contexto suele considerarse a los que no aceptan las normas culturales vigentes como neuróticos: individuos que se han alejado de la realidad (esto es, de las soluciones que les ofrece su propia cultura) para refugiarse en la fantasía, en alguna filosofía trascendental, en tendencias políticas extremistas, en la inversión sexual o en alguna corriente excéntrica como el vegetarianismo o el nudismo. Además, al neurótico se le considera una persona inmadura que no ha crecido lo suficiente para comprender los loables propósitos de la sociedad en que le ha tocado nacer.

Entre los inadaptados hay algunos que lo son por sus peculiaridades fisiológicas. Pueden que tengan un intelecto limitado, o que sus glándulas sean defectuosas; estas debilidades orgánicas pueden hacer que fracasen en todas las tareas sociales, excepto en las más sencillas. En realidad, estas personas no sufren por sus discrepancias de temperamento con su sociedad. Para ellos, toda sociedad debe crear ambientes especiales y menos exigentes que para el resto. Pero hay otro tipo de personalidad considerada como neurótica, y que se confunde demasiado frecuentemente con los individuos con deficiencias fisiológicas; se trata del inadaptado cultural, el que se muestra en desacuerdo con los valores de su sociedad.

Los psiquiatras suelen encontrar el origen de este otro tipo de inadecuaciones en la primera infancia, y denigrarlas clasificándolas como una especie de mutilaciones psíquicas. Sin embargo, los datos que tenemos por el estudio de otras sociedades más primitivas desmiente esta explicación tan simple. En ella no se tiene en cuenta que en cada cultura son individuos con ciertas peculiaridades los que no logran integrarse; los inadaptados entre los mundugumor son muy diferentes a los inadaptados entre los arapesh. Tampoco explica por qué hay vagabundos tanto en Estados Unidos como en cierta tribu que hay en las Islas del Almirantazgo, culturas ambas materialistas y llenas de actividad; o por qué son precisamente los individuos dotados con una fuerte sensibilidad los inadaptados en Samoa o en Zuñi. (…).Todo esto indica que hay un tipo de persona inadaptada que no lo es por tener alguna debilidad física o mental, sino porque sus disposiciones innatas chocan con las normas de su sociedad.

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